jueves, 19 de abril de 2012

MENSAJE DE RESURRECCIÓN



¡El Señor ha resucitado, y vive con nosotros!

Queridos hermanos y hermanas, deseo que la alegría de esta Pascua ilumine nuestras vidas, con la luz del Señor Resucitado. "¡Alégrense los cielos, regocíjese la tierra, retumbe el mar y cuanto contiene!" (Salmo 96). ¡El Señor ha resucitado, y vive con nosotros! ¡Es imposible imaginar una alegría mayor!
En la Vigilia Pascual hemos encendido el Cirio que representa la luz del Resucitado: ¡Cristo ilumina el presente y abre el futuro a la esperanza! La historia humana ya no es más una marcha a ciegas, porque el Señor ha entrado en ella y misteriosamente la encamina hacia Dios, hacia la vida plena, eterna y bienaventurada.
Las mujeres y los apóstoles fueron los primeros testigos de este acontecimiento sobrecogedor. El encuentro con el Señor en la madrugada de aquél Domingo les abrió los ojos del alma y pudieron comprender el sentido de la entrega de su vida, de sus obras y de sus milagros.
El encuentro con Jesucristo Resucitado provocó una conmoción de júbilo que inició la misión de la Iglesia que ha sembrado por todas partes el tesoro de la fe, la esperanza y el amor de Dios.
La fe en la Resurrección del Señor debe ser manantial que corra, que penetre las vidas y las convierta en fuentes vivas de humanidad, de amor solidario, de nobleza, de justicia y verdad.
El Señor quiere que brote el gozo y la esperanza por todas partes. Que la alegría de Dios se haga presente en todas las vidas… El Señor quiere que oremos y trabajemos para que lleguemos a ser instrumentos de la esperanza y nos unamos a su victoria sobre el mal, el pecado y la muerte.

La vida sin Dios no tiene futuro. Por eso Él nos llama a convertirnos en mensajeros de su amor misericordioso en nuestras familias y comunidades, en la escuela, el trabajo y en cada sector de la vida social y política.
El Señor permanece con nosotros y nos alimenta con su cuerpo y con su sangre, para que venzamos  el egoísmo que encierra a las personas en sí mismas, y nos impulsa a la generosidad, a vivir para los demás por amor a Él. 

El Señor Resucitado está recordándonos siempre que lo más esencial de la sociedad son todas las personas, que nadie es un número o un problema y que cada vida es sagrada. Suya es la vida de cada ser humano, todos los dolores y alegrías son del Señor.
Cristo vive y cuando nos encontramos con Él en la Eucaristía -en la comunión y en la adoración-, en la escucha de su Palabra, al contemplar junto con María Santísima sus misterios en el Rosario, en la oración silenciosa, nos comunica sus sentimientos. Nos recuerda que está presente en la cárcel, sin ropa, con sed, sin hogar, en esa familia afligida, en los que ven peligrar su trabajo, en los jóvenes sin esperanza.
Pidámosle al Señor que crezca el respeto por todo ser humano y que ningún progreso se consiga con el abandono, la desigualdad y la exclusión social. No permita el Señor que construyamos una sociedad indolente en la que de nadie sabemos su nombre y sus dolores.
Miremos la realidad y los acontecimientos con los ojos resucitados del Señor y veremos por todas partes innumerables semillas de esperanzas que juntos podemos cultivar.

Tomado de la homilía de † HORACIO VALENZUELA ABARCA


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