Hoy estamos celebrando el día del Buen Pastor, y agradecemos a Dios por la vida de todos los sacerdotes quienes día a día van entregando su vida y carismas para conducir al rebaño que Dios les ha puesto en sus manos. Gracias Dios por el obispo de nuestra Diócesis y por todos los sacerdotes que a ella pertenecen bendícelos y dales la gracia de permanecer firmes en su misión.
Qué significa ser un buen pastor?
«Os aseguro que el que no
entra por la puerta en el redil, sino que salta la tapia, es ladrón y
salteador. El pastor de las ovejas entra por la puerta. A éste le abre el
guarda para que entre, y las ovejas escuchan su voz; él llama a las suyas por
su nombre y las saca fuera del corral. Cuando han salido todas las suyas, se
pone delante de ellas y las ovejas lo siguen, pues conocen su voz... Yo soy el
Buen Pastor. El Buen Pastor da la vida por sus ovejas; no como el asalariado,
que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas. Éste, cuando ve venir
al lobo, las abandona y huye. Y el lobo hace presa en ellas y las dispersa. El
asalariado se porta así porque trabaja únicamente por la paga y no le interesan
las ovejas. Yo soy el Buen Pastor, conozco a mis ovejas y ellas me conocen a
mí, lo mismo que mi Padre me conoce a mí y yo lo conozco a Él. Como Buen
Pastor, yo doy mi vida por las ovejas. Tengo también otras ovejas que no están
en este redil; también a éstas tengo que atraerlas, para que escuchen mi voz.
Entonces se formará un único rebaño, bajo la guía del único Pastor» (Juan 10, 1-17).
El contexto de la
parábola es éste: Los pastores del tiempo de Jesús dejaban por las noches sus
rebaños en un corral común, con un guarda. Era la manera más fácil de protegerlas
de los ataques de los lobos o de los ladrones. Al amanecer, antes de salir el
sol, cada pastor recogía sus propios animales y los llevaba a pastar. Cada
pastor ha visto nacer y crecer a sus propios corderillos y los conoce bien.
Incluso tiene un nombre para cada uno. Las ovejas también reconocen el olor y
la voz de su dueño y no siguen a otro. Cada pastor entra en el recinto y llama
a las ovejas por su nombre. Una vez fuera, las cuenta y, cuando están todas,
camina delante de ellas para conducirlas a pastar al campo, haciendo oír su voz
para que no se pierdan. A un extraño, sin embargo, no le siguen. Al contrario,
tienen miedo de él y huyen de su presencia, porque no están familiarizadas con
su voz.
El verdadero
pastor se diferencia claramente de un asalariado. Éste último trabaja por
dinero y no le importa la suerte de las ovejas. Esto se ve cuando llegan los
lobos hambrientos a atacar el rebaño. Mientras que, en este caso, el dueño de
las ovejas arriesga su vida por defenderlas a ellas, el mercenario huye,
pensando sólo en salvarse a sí mismo. El buen pastor conoce a sus ovejas y es
capaz de distinguir las suyas de las demás, conoce las necesidades concretas de
cada una, sufre con ellas las inclemencias del tiempo y el cansancio de los
desplazamientos, vela por su rebaño, lo proteje de los enemigos que lo
amenazan, cura a las ovejas enfermas, alimenta con solicitud a las preñadas,
dedica una atención especial a las más débiles.
Jesús es el
verdadero Pastor bueno y generoso que conoce nuestros nombres, nuestras
características personales, nuestra historia y que nos ama con un cariño único
e irrepetible. Él viene a buscarnos para sacarnos del redil donde estábamos
encerrados (la esclavitud del pecado y de la ley) y conducirnos a la libertad
de los hijos de Dios. Nos habla, educándonos con sus enseñanzas. Quienes le
escuchan saben que sólo Él tiene palabras de vida eterna (Juan 6, 68). Nos
alimenta con su propio Cuerpo y su propia Sangre (Juan 6, 55). Nos regala el
agua del Espíritu Santo, la única que puede saciar nuestra sed (Juan 4, 14).
Nos conduce a la Verdad y la Vida (Juan 14, 6). Nos ha amado hasta el extremo
(Juan 13, 1), manifestándonos lo ilimitado de su amor al dar la vida por
nosotros (Juan 15, 13). La verdadera felicidad consiste en acogerle y seguirle,
porque nadie va al Padre, sino por él.
«Yo conozco a mis ovejas y las
mías me conocen a mí, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; por
eso me entrego por las ovejas». Jesús describe aquí su relación con los suyos. Entre Él y los creyentes
se da el mismo conocimiento profundo e íntimo y el mismo afecto sincero y
tierno, que entre Él y su Padre del Cielo. En la Biblia, el verdadero
conocimiento no es una mera relación intelectual, sino la comunión en el amor.
Conocer a alguien es comprender sus sentimientos más profundos, los motivos por
los que actúa de una forma determinada. Tanto como el Padre conoce y ama a
Jesús (con un conocimiento y un amor perfectos), Jesús nos ama a nosotros. «¡Oh, Jesús!, que me amas más de lo
que yo me puedo amar a mí misma, ni entiendo» (Santa Teresa de Jesús). Nuestro único
deseo es conocer cada día más y amar cada momento mejor a Jesús. Para eso
escuchamos su voz, nos alimentamos y fortalecemos con la celebración de sus
Sacramentos y seguimos sus pasos por los caminos de la vida.
Los creyentes
estamos llamados a reconocer la voz de nuestro Pastor, que nos habla al corazón
palabras de amor y de comunión íntima en el Cantar de los Cantares (2, 8ss):«¡La
voz de mi Amado! Miradlo cómo viene saltando por los montes... Habla mi Amado y
me dice: "Levántate, amada mía, preciosa mía, ven a mí. Que ya ha pasado
el invierno, han cesado las lluvias y se han ido"... ¡Es tan dulce tu voz,
tan hermoso tu rostro... Mi Amado es para mí y yo para Él».
«"Yo
soy el Buen Pastor que conozco a mis ovejas", es decir, que las amo, "y las mías me conocen".
Habla, pues, como si quisiera dar a entender a las claras: "Los que me aman vienen tras
de mí". Pues el que no ama la verdad es que no la ha conocido
todavía... "Quien entre
por mí se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos". O
sea, tendrá acceso a la fe, y pasará luego de la fe a la visión, de la
credulidad a la contemplación, y encontrará pastos en el eterno descanso. Sus
ovejas encuentran pastos, porque quienquiera que siga al Señor con corazón
sencillo se nutrirá con un alimento de eterno verdor. ¿Cuáles son, en efecto,
los pastos de estas ovejas, sino los gozos eternos de un paraíso inmarchitable?
Los pastos de los creyentes son la visión del rostro de Dios, con cuya plena
contemplación la mente se sacia eternamente».
(S. Gregorio Magno. Homilía
14 sobre los Evangelios)